Además de las muertes que todos lamentamos, con la Pandemia del covid-19 hemos asistido a un repunte del Edadismo, entendido como el sistema de prejuicios que afecta a las personas mayores y que se muestra de maneras variadas, como en el miedo a la vejez, a la enfermedad, a la discapacidad, a la inutilidad y a la muerte. En este tiempo, este Edadismo se ha manifestado en un mensaje tan simplista como negativo: “las personas mayores son un grupo de riesgo, homogéneo, todo él formado por personas vulnerables, débiles e incapaces de aportar nada en momentos de crisis”.
Esta caracterización de los mayores ha tenido y tiene consecuencias perjudiciales, para ellos y para la sociedad, como por ejemplo: el desvalor de sus vidas; el aislamiento prolongado de las personas mayores en minúsculas habitaciones de residencias; el trato diferenciado en algunos protocolos de atención sanitaria; la escasa priorización dada en la protección y atención médica a este grupo, cuando la OMS ya había advertido que era el de mayor riesgo sanitario; la ausencia de distinción entre personas mayores con autonomía funcional y otros en situación de dependencia afectados por diversas patologías; la falta de medios para unos cuidados necesarios y adecuados a dichas patologías en la hospitalización, por la ausencia, en muchos casos, de unidades de geriatría…
Es por tanto evidente que la Pandemia ha hecho aflorar la vulnerabilidad de algunas personas mayores y de los sistemas de cuidado que debían protegerlas, pero también ha visibilizado el contexto de discriminación en el que muchas de ellas viven. Adultos pueden salir a la calle ya, personas mayores deben permanecer confinadas en sus casas “por su bien” (aso sí, hasta que tengan que salir para cuidar a sus nietos).
En el futuro, esta división por edades podría tener consecuencias muy negativas. Saber que uno llega a los 70 años es saber que uno ya se encuentra en ese grupo de más riesgo, cuando la realidad científica dice que no es la edad sino la pluripatología lo que hace a las personas más vulnerables.
Así que, más que dividir a la sociedad discriminando por motivos de edad, enfrentar a las generaciones y separarlas, sería conveniente hoy más que nunca, unirlas facilitando el intercambio, la cooperación y la solidaridad intergeneracional.
Ismael Arnaiz Markaida
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