Aunque la versión “oficial” apunta a que únicamente fueron tres Reyes Magos los que acudieron a visitar al recién nacido, hubo un cuarto Rey Mago del que poco se habla porque desafortunadamente nunca logró llegar a donde el niño Jesús se encontraba.
Había un cuarto Rey Mago, que también vio brillar la estrella sobre Belén. Vivía entre las montañas de Persia y se llamaba Artabán, y al igual que Gaspar, Melchor y Balthasar, había observado la estrella que anunciaba, según las antiguas profecías, el nacimiento del hijo de Dios y decidió seguirla. No lo pensó dos veces, vendió todas sus pertenencias y compró de regalo para el niño Rey, piedras preciosas. Luego emprendió un viaje de diez días para encontrarse con sus amigos Gaspar, Melchor y Balthasar y así juntos poder ir al encuentro del niño Jesús. Sin embargo, en su camino se fue encontrando con diversas personas que iban solicitando su ayuda.
Este Rey Mago las atendía con alegría y diligencia, e iba dejándoles una perla a cada uno. Pero eso fue retrasando su llegada y vaciando su cofre. Encontró muchos pobres, enfermos, encarcelados y miserables, y no podía dejarlos desatendidos. Se quedaba con ellos el tiempo necesario para aliviarles sus penas y luego procedía su marcha, que nuevamente era interrumpida por otro desvalido.
Sucedió que cuando por fin llegó a Belén, ya no estaban los otros Magos y el Niño había huido con sus padres hacia Egipto, pues el Rey Herodes quería matarlo. El Rey Mago siguió buscándolo, ya sin la estrella que antes lo guiaba.
Buscó y buscó y buscó… y dicen que estuvo más de treinta años recorriendo la tierra, buscando al Niño y ayudando a los necesitados. Hasta que un día llegó a Jerusalén justo en el momento que la multitud enfurecida pedía la muerte de un pobre hombre. Mirándolo, reconoció en sus ojos algo familiar. Entre el dolor, la sangre y el sufrimiento, podía ver en sus ojos el brillo de aquella estrella. Aquel miserable que estaba siendo ajusticiado era el Niño que por tanto tiempo había buscado.
La tristeza llenó su corazón, ya viejo y cansado por el tiempo. Aunque aún guardaba una perla en su bolsa, ya era demasiado tarde para ofrecérsela al Niño que ahora, convertido en hombre, colgaba de una Cruz. Había fallado en su misión. Y sin tener a dónde más ir, se quedó en Jerusalén para esperar que llegara su muerte.
Apenas habían pasado tres días cuando una luz aún más brillante que mil estrellas llenó su habitación. ¡Era el Resucitado que venía a su encuentro! El Rey Mago, cayendo de rodillas ante Él, tomó la perla que le quedaba y extendió su mano mientras hacía una reverencia. Jesús le tomó tiernamente y le dijo:
“Tú no fracasaste. Al contrario, me encontraste durante toda tu vida. Yo estaba desnudo, y me vestiste. Yo tuve hambre, y me diste de comer. Tuve sed y me diste de beber. Estuve preso, y me visitaste. Pues yo estaba en todos los pobres que atendiste en tu camino. ¡Muchas gracias por tantos regalos de amor! Ahora estarás conmigo para siempre, pues el Cielo es tu recompensa.”
Este relato publicado en 1895, fue escrito por el teólogo Henry Van Dyke (1852-1933), escritor de cuentos, poeta y ensayista estadounidense. Cuenta la historia de Artabán, el cuarto Rey Mago del que poco se habla porque desafortunadamente nunca logró llegar donde el niño Jesús se encontraba. Hay muchas frases celebres de este ensayista y algunas las podrás encontrar en este enlace.
La historia no requiere explicación… nosotros somos el cuarto Rey Mago y Jesús espera que le encontremos en cada persona necesitada que se cruce en nuestro camino… ese encuentro con Jesús que vive en cada hermano y hermana que sufre y que nos acompaña durante todos los días.
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