La Pandemia del COVID-19 nos está enseñando muchas cosas. Con todo ello, con lo que nos están diciendo sicólogos, sociólogos, economistas y demás expertos (o seudo-expertos), se podrían escribir muchos libros. Otra cosa es que seamos capaces de aprender, y de poner solución a las carencias y defectos que se ha demostrado que tiene nuestro modelo de vida, en lo personal, en lo familiar, en lo social y también en lo económico.
Pero entre todo esto que nos está enseñando la Pandemia, yo quiero fijarme en algo concreto, como es la existencia de un colectivo de Personas mayores, incluso diría muy mayores, con necesidades especiales, cuya atención y la posibilidad de tener una vida digna, ha quedado muy en entredicho y aparentemente, como si fuera sólo responsabilidad de las Instituciones Públicas y de las Residencias que se dedican a ello.
En consecuencia, en una situación como la creada por la Pandemia del COVID-19, lo fácil es pedir responsabilidades a las Residencia, a los y las profesionales que trabajan en ellas, y a las Instituciones, pero muy poco o nada a las propias familias y al conjunto de la Sociedad, que no quiere asumir en su plenitud la responsabilidad de atender a esta parte de la familia que lo son, y a esta parte de la ciudadanía que también lo siguen siendo.
Parece estar demostrado que el ritmo actual de la vida, el modelo de familia imperante, el equipamiento de las viviendas, el deseo de disfrutar del tiempo libre que deja el trabajo, son incompatibles con la atención por parte de hijos e hijas, a esas Personas mayores con necesidades especiales. Y siendo esto así, demandamos que sean las Instituciones y las Residencias quienes, además de dar un servicio profesionalizado, lo cual es lógico, les den lo que las familias no podemos o no queremos darles. Y eso es imposible, aunque lo intenten, y me consta que, en la mayoría de los casos, lo intentan.
Creo que la razón por la cual las familias y la Sociedad en su conjunto nos comportamos de esta manera, está en que, por una parte, los hijos y los nietos, no reconocemos que somos lo que somos y tenemos lo que tenemos, gracias a nuestros padres y abuelos, y que es una obligación ética y moral cuidarles y atenderles. Y por la otra parte, la Sociedad en su conjunto, tampoco reconoce y valora adecuadamente la contribución al bien común que han hecho, a lo largo de su vida, las Personas que llegan a ser mayores.
Y tal vez esto, la imposibilidad de ser adecuadamente atendidos por la familia y por las Instituciones, nos obligue a repensar si ese posible patrimonio que hemos acumulado, en la mayoría de los casos con mucho trabajo y sacrificio, tiene que ser para beneficio de hijos y nietos, o para poder tener un servicio de atención suficiente y adecuado, cuando llegamos a ser mayores
Aprendamos lo que la Pandemia nos está enseñando y obremos en consecuencia.
Isamel Arnaiz Markaida
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